Magaluf: el descenso a los infiernos de los jóvenes británicos

ABC recorre discotecas, playas, hoteles, tiendas, bares y restaurantes de Magaluf. El destino favorito de los guiris para la fiesta extrema lucha por deshacerse de su decadente imagen y el Gobierno balear confía en su lavado de cara o desaparición

Apenas son las doce de la noche. Con las piernas y los brazos abiertos apuntando a ninguna parte, vómito en el pelo y los ojos desorbitados, una chica cae al suelo. A su lado, de rodillas, una amiga intenta controlar su ataque de ansiedad ante el desamparo de su compañera. Al lado de estas, el cuadro es aún peor, si cabe. Otra niña de tez negra, en el suelo, tumbada de lado, casi en bragas, con una pestaña postiza pegada en el rostro y la boca rozando el bordillo de la acera, completa un espectáculo feroz y desolador. La gente observa con morbo. No se sabe si la niña de tez negra respira. No se mueve, no abre los ojos, no responde a los estímulos. «Yo puedo ayudar, he salvado vidas otras veces, hice un curso de buceo», dice muy serio un adolescente mientras intenta colarse en la escena y un portero lo empuja bruscamente mientras contempla el panorama como si fuera una revista. Otro joven, alto y delgado, y también experto en «salvar vidas», consigue ser parte del espectáculo y empieza a presionar el pecho de la joven frenéticamente. Nadie sabe si lo hace bien. Nadie hace nada. Un chico saca un móvil para memorar los hechos.

 

«¿Me da agua, por favor? Hay dos chicas muy graves en el suelo, necesitan ayuda». «No», contesta tajante un comerciante que tiene a sus pies el espectáculo. «Son dos euros». Se especula con el tipo de droga que consumieron; un «amigo» que las acaba de conocer dice que les metieron algo en la bebida. Una vez expulsados los médicos aficionados, vuelve la calma. Se las coloca en la postura lateral de seguridad para que no se traguen la lengua y se evite la obstrucción de las vías aéreas. Se constata finalmente con la palma de la mano y el pulso que respiran. La ambulancia no ha llegado. «Cuando podamos iremos», contestan al otro lado del teléfono.

 

Ver a un ser humano completamente desvalido y en extremo peligro conmovería a cualquiera. Pero no, en Magaluf (Mallorca) esto es normal. «Los chicos se pegan, se emborrachan; esto pasa siempre. Al que no le guste lo tiene fácil: que no venga. Y, sin embargo, estoy seguro de que harán desaparecer Magaluf en tres o cuatro años. Si yo tuviera la misma edad que ellos y encontrara un lugar en el que hay poco control, tampoco dudaría en ir. Lo que tienen que hacer es poner más ambulancias y ya está», cuenta un uruguayo que hace tatuajes en la calle Punta Ballena. Y es que la fiesta también consiste en tatuarse nombres, teléfonos o lo que el ganador de la apuesta decida. «Un chico me ofreció 500 euros por hacerle el característico tatuaje en la cara del grupo de rock “Kiss”. Le dije que no, nosotros en la cara no tatuamos, luego se arrepienten».

 

«Vaginas y alcohol»

Dos adolescentes de Leeds y Manchester, ambos de enormes ojos azules, graban desde el otro lado del cristal a su amigo, que intenta aguantar el dolor de la aguja que le pinta una gallina en el trasero. «Ha perdido una apuesta y ahora le toca hacer esto», dice uno de los niños, completamente alcoholizado mientras muestra en su móvil a los mejores jugadores del Leeds United. «Hemos venido a Magaluf por las vaginas y el alcohol», espeta. «La fiesta está aquí, en Grecia y en Ibiza», añade su compañero.

 

Punta Ballena es la calle prohibida. Prohibida para los abstemios (al alcohol y al sexo), para los aburridos, para los amantes de la calma y el orden. Y también para los españoles. Punta Ballena es de los ingleses. Esta calle de Magaluf es fiesta, drogas, alcohol barato, sexo, peleas, música y luces de neón de feria barata durante todo el año. En los meses de julio, agosto y septiembre la copan ingleses de 18 años (también escoceses, irlandeses, suecos, italianos…); en los meses previos, llegan los treinteañeros para celebrar salvajes despedidas de solteros…«Los mayores son peores, más sanguinarios; a un niño le puedes llamar la atención pero a los otros no», cuenta Cristian (nombre ficticio), el DJ de un hotel que tiene siempre a mano un palo de madera con punta redondeada -un remedo de bate de béisbol- por si se «lía» más de la cuenta.

 

Y es que el descontrol de la calle Punta Ballena llega también a algunos hoteles aledaños donde hay zonas en las que solo entran las camareras de piso (y de día). «Somos unas valientes», dice una de ellas mientras sale de una habitación con olor a lejía cargando una enorme bolsa de basura. Por la noche, con suerte, reinan solo los gritos y la música, sea la hora que sea. Con mala suerte, el paisaje lo pintan niños tirándose de los balcones, lanzando televisores, botellas de cristal o lo que haga falta.

 

«La clientela ha empeorado, pero nosotros estamos acostumbrados; los zombies les llamamos», cuenta Juan (nombre ficticio también), recepcionista de un hotel, justo en el momento en que aparece un Guardia Civil por el hall para pedir información sobre el último «heroico» lanzamiento de un joven desde un balcón que le valió traumatismos severos. «Ya volvió a Inglaterra», le cuenta el recepcionista. Una vez que regresan a sus países poco queda por hacer. «Podemos hacer la denuncia pero ¿para qué? La Policía ya no se mete. Y con las cosas que rompen, ¿vamos a ir a pedirles el dinero a sus países?», dice Juan resignado.

 

600 euros por el «balconing»

La Policía Local de Calviá, municipio del que forma parte Magaluf, ha multado ya a seis turistas en lo que va de año por «balconing» u otros similares; es decir, cuando saltan desde gran altura. La multa por hacerlo asciende a los 600 euros. Esta práctica se ha cobrado la vida de siete personas en lo que va de año.

 

El Gobierno balear está intentando paliar estos comportamientos colgando enormes carteles en la calle en inglés que advierten de estas y otras multas; por ejemplo, por ir desnudo por la calle. Pero irán más allá con la modificación de la ley de turismo, cuyo borrador se presentará en septiembre, y en la que se contemplará que el «todo incluido», ofrecido por los hoteles, y que permite beber gratis 24 horas al día, se limite a las horas de las comidas. «En el largo plazo, lo que se pretende es erradicar este turismo de borrachera. 

 

Sabemos que limitar el “todo incluido” va a perjudicar a los turistas de otras zonas que saben beber pero no nos queda otra opción», señala Lexa Wils, de la Consejería de Turismo de Baleares.

 

La existencia de «otro» turismo en Mallorca se adivina en las estadísticas: solo en el mes de junio llegaron a la isla 1.532.236 extranjeros. Esa cifra trepa a los 2.121.369 si se incluye Menorca, Ibiza y Formentera. El «top five» de extranjeros ni siquiera está liderado por los británicos que convierten a Punta Ballena en «un lugar sin ley», se queja un vendedor de kebabs.

 

En primer lugar están los alemanes (641.154 solo en junio), seguidos, eso sí, de los británicos (623.785), países nórdicos (137.063) y, muy por detrás, franceses (110.978), suizos (95.212) o italianos (115.336), de acuerdo con la estadística de movimientos turísticos en frontera, Frontur.

 

«Es una mafia»

Cuando los turistas se van, Magaluf no se vacía. Y no es porque se queden españoles sino porque la mayoría de los negocios están en manos de británicos. «Aquí hay una mafia, los dueños son británicos; los trabajadores, también. Se traen chavalas de 18 años para que pongan copas y enseñen lo que haga falta. Después, las meten en habitaciones con ocho camas», cuenta uno de los pocos camareros españoles de la zona. «Yo llevo bien a los borrachos; es lo que hacemos en Inglaterra, beber», dice un dependiente inglés de una tienda de estancos.

 

Ante las quejas de pasividad, la policía responde con otra versión. Antes de que llegue la ambulancia a buscar a los dos jóvenes tiradas en el suelo aparece un coche de policía. Bajan dos agentes y uno de ellos intenta poner orden, evita que pasen los curiosos, que se hagan fotos y permanece atento por si tiene que sacar del coche el equipo de reanimación cardiopulmonar. «Si la chica no respira, lógicamente actuamos, pero si lo hace no podemos hacer más, solo esperar. Aquí intentas ayudar, les pones las manos encima, por ejemplo, haciendo presión detrás la oreja para comprobar, a través del umbral del dolor, si están inconscientes, y nos dicen que les pegamos. Yo no quiero perder mi puesto de trabajo», confiesa un agente.

 

Una media hora después de llegar la Policía, y casi una hora desde que las jóvenes se pierdan en el suelo, llega la ambulancia. «Tardan en llegar porque no hay suficientes unidades y tampoco se pueden destinar todas aquí. Esto pasa todo el tiempo. Si un vecino sufre un infarto ¿no tiene el mismo derecho a ser atendido?», plantea el agente. El personal sanitario actúa con tranquilidad, como si hubiera hecho esto ya unas cuantas veces. Consiguen despertar a una de las chicas, pero la otra sigue sin responder a cualquier tipo de reacción.

 

Minutos después, con ayuda de la Policía, la joven es cargada en una camilla y el espectáculo se ha acabado. La ambulancia se pierde por la calle de Punta Ballena, y sus luces se confunden con el neón de los locales donde continúa la fiesta.

 

El nuevo rostro del otro Magaluf

La idea del Gobierno balear y de muchos empresarios es crear otro Magaluf que, de hecho, ya puede apreciarse saliendo de la calle Punta Ballena. Los hoteles se hacen más modernos y lujosos, los grasientos restaurantes chinos con enormes Budas son reemplazados por sofisticadas tiendas de ropa y los adolescentes borrachos desaparecen. «Los empresarios han invertido millones de euros para quitarle a Magaluf la imagen que tiene de turismo de borrachera y que, de hecho, solo se concentra en la calle Punta Ballena, que es muy pequeña. 

 

Ha subido la calidad de la oferta, los hoteles se han renovado y hay centros comerciales de primera calidad», explica Lexa Wils, de la Consejería de Turismo de Mallorca. «A Magaluf van muchas familias con niños, basta con evitar la calle Punta Ballena y es otra cosa», cuenta un taxista que recomienda también Palmanova, pegado a Magaluf, igualmente dentro del municipio de Calviá y que cuenta con playas de arenas blancas, limpias y tranquilas. «He estado mucho en el Caribe y Palmanova no tiene nada que envidiarle». Aparte de un nuevo rostro, los empresarios de la zona también intentaron darle un nuevo nombre: Calviá Beach. De hecho, el lujoso hotel Meliá lleva este apellido. «El cambio lo plantearon los empresarios pero, lógicamente, de forma no oficial. La idea que tenían en mente es que cuando el turista pregunte dónde ir se le indique Calviá Beach en lugar de Magaluf, pero la toponimia es la que es y no se va a modificar», explica Wils.